VOLVER AL RÍO SOBRE SU CURSO

Aires de retroceso y, en el mejor de los casos de estancamiento, privan en la clase política mexicana. Con miras a la sucesión presidencial suenan los tambores de guerra. La estrategia permanente de modificar la legislación para seguir detentando el poder está en marcha. Modificaron la legislación electoral para controlar, desde el centro, todas y cada una de las autoridades electorales de los estados. Ahora sus armas se enfilan hacia el modelo de comunicación política tantas veces reformada, de acuerdo con sus propios intereses, electorales y económicos.

Siguiendo a Michels en la Ley del hierro de la oligarquía, alguien podría afirmar que es natural que los grupos fácticos de poder muevan sus piezas para seguir detentando el control. Sin embargo ¿qué pasa cuando priva un inquietante reposo y pasividad dentro de los grupos que por naturaleza deben ser dinámicos? La consecuencia es también una sociedad quieta, en reposo, desprovista del dinamismo que exige toda modernidad. Es precisamente lo que hoy tenemos: una clase política y una sociedad mexicana sin vitalidad y en estado de anomia. Que avala las decisiones políticas de unos cuantos y se convierte en cómplice, por acción u omisión, de las decisiones económicas que le oprimen y exfolian.

Una clase política que cierra filas de manera sistemática en torno de los líderes políticos que buscan retrocesos en materias en donde ya se había avanzado. Generando las condiciones para un despotismo moderno en donde la principal premisa es no pensar, no moverse, no cuestionar. Un pueblo dormido no podrá defender su libertad en virtud de que se ha dejado robar previamente sus instituciones y que le mancillen como individuo y como sociedad. La anomia y el retroceso político son las nuevas caras de la opresión moderna mexicana.

 

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