Mientras aumentan en el continente la producción y el tráfico de drogas, nuevas y antiguas, grupos criminales de todos los tamaños diversifican sus economías e incrementan su capacidad de fuego frente a Estados que trastabillan entre la mano dura y la parálisis
Un pedazo de papel verde, con una frase escrita en mayúsculas, resumía esta semana los problemas de criminalidad que azotan a América Latina. Apareció en Guerrero, en el castigado litoral del Pacífico sur mexicano, pero podría haberlo hecho en realidad en Santiago de Chile, en Medellín (Colombia) o en cualquiera de los sectores de Guayaquil, en Ecuador. Era un aviso, una cuartilla pegada en esquinas y postes de luz, una amenaza a los comerciantes de un puñado de barrios, avisando de que a partir de diciembre deberán de empezar a pagar cuota. “Esta colonia tiene dueño”, concluía la advertencia, de autor desconocido.
- La cuota, la vacuna, el piso, la mordida, todas variantes léxicas de la extorsión, un mal que golpea al continente como nunca antes, y que explica el presente de la región. El crimen florece en las Américas, particularmente el delito violento. La tasa de asesinatos se mantiene en cotas muy altas, más de 20 por cada 100.000 habitantes.
- La expansión del negocio del narcotráfico, fuerte como nunca, ha fertilizado el manto delictivo desde la antaño tranquila Uruguay a la siempre quejumbrosa Guatemala. Grupos armados que nacieron al calor del trasiego de drogas buscan negocios nuevos, a izquierda y derecha, arriba y abajo. Ninguno parece tan lucrativo como la extorsión, simple como pocos: o pagas o te mato.
América en general y América Latina, en particular, viven un momento delicado. Lo dicen los expertos, que ven en la diversificación y la fragmentación del magma criminal un riesgo para los países de la región. El tráfico de drogas puso en marcha la fábrica delictiva, de la que han salido decenas de grupos de hampones que, instalados en lógicas de mercado, quieren su propio pedazo del pastel.
- La extorsión es lo más sencillo; la droga, una posibilidad, pero solo una de tantas. América custodia un impresionante almacén de recursos naturales y el crimen, sediento como nunca, pide turno. Como en una versión moderna de la mitológica hidra de Lerna, las bandas agitan las múltiples cabezas del monstruo para ampliar su negocio.
Tendentes a mirarse el ombligo, los países de la región parecen ignorar que el empuje depredador de las mafias es el mismo en todas partes, de Los Andes al Amazonas. En México, criminales roban combustible de los ductos de la petrolera estatal o lo importan sin pagar impuestos, falseando declaraciones de aduanas; en Perú, Ecuador o Colombia, delincuentes saquean minas de oro y otros minerales sin permiso alguno; en Brasil, ladrones y contrabandistas talan árboles incansablemente, para alimentar la demanda mundial de madera… Y todo con el apoyo de actores estatales.
“En los delitos ambientales, esto es muy evidente”, dice Cecilia Farfán, jefa del Observatorio para América del Norte de GITOC, una organización de la sociedad civil que investiga el crimen organizado transnacional.
Además de convivir con el narcotráfico y la extorsión, estas nuevas aventuras criminales comparten espacio con caminos algo más tradicionales, extraordinariamente lucrativos para las mafias: la trata de personas, migrantes o no, y el tráfico de armas. En su último informe sobre la situación global del crimen, presentado hace unas semanas, GITOC señala precisamente la prevalencia de las armas de fuego en la zona como instrumento para cometer homicidios. En ninguna otra región del mundo se cometen tantos asesinatos con armas de fuego como en América Latina y el Caribe.
“Comparado con hace 20 años, el crimen organizado tiene más y mejores armas, hasta el punto de que la gente cree que son mejores que las de las Fuerzas Armadas”, señala Farfán.
- En esta lógica, la violencia se asienta como herramienta y mensaje, un medio, pero también un fin en sí mismo. Con todas las excepciones necesarias –el asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena, en México, en la década de 1980; los años de plomo de Pablo Escobar, en Colombia, a principios de la década siguiente– el negocio del narcotráfico no empezó siendo violento.
- Para que la droga llegara a los grandes mercados, Estados Unidos o Europa, el sigilo era necesario. Soborno y orden, ese podría haber sido el lema gremial. Pero la desarticulación de los viejos grupos del narco y la fragmentación de sus redes de protección, siempre amparadas, o directamente ancladas, en las fuerzas de seguridad estatales, cambió el panorama.
En la América de hoy en día prevalecen grupos criminales pequeños, dinámicos, ligados o no a grandes marcas delictivas que pueden dedicarse o no al tráfico de drogas y a su venta al menudeo.
- Que extorsionan y que tratan de aprovechar el entorno y la naturaleza a su favor. Si hay minas, minerales; si hay bosques, madera; y si hay ciudades, comercios, oficinas de gobierno y rutas de transporte. Todo eso en escenarios altamente competitivos, donde la violencia, divisa imperante, se emplea en eliminar obstáculos empresariales, a un defensor de los bosques, por ejemplo, o para mandar mensajes a enemigos, reales o potenciales.
“Esa es la gran amenaza en el continente, la diversificación criminal y la fragmentación de las bandas delincuenciales”, asegura Marcelo Bergman, profesor de la Universidad 3 de febrero, en Argentina, y uno de los principales expertos en las dinámicas criminales en la región.
Vuelve la coca
Sacos de papel de estraza, escondidos en un galpón cualquiera. Ese era el disfraz de las 14 toneladas de cocaína que las autoridades de Colombia decomisaron, hace apenas ocho días, en el Puerto de Buenaventura, sobre la costa del Pacífico.
El valor de la droga en el mercado habría alcanzado más o menos los 400 millones de dólares, según la Policía Nacional, todo un hito en la historia reciente del país. El director de la corporación señaló que era la mayor incautación del estimulante de los últimos diez años. La mala noticia para las autoridades es que esas 14 toneladas apenas suponen el 0,4% de la producción anual de esta droga en la región, de acuerdo a los últimos cálculos de Naciones Unidas.
- La coca está de moda, otra vez. Dejando de lado la polémica sobre los números, discusión acalorada en Colombia, cuyo Gobierno no está de acuerdo con las mediciones de la ONU, la producción del estimulante aumenta cada año, igual que aumentan las hectáreas cultivadas de hoja de coca, base de la droga.
- Colombia es el portaaviones de la flota, seguida muy de lejos por Perú y más lejos todavía por Bolivia. De las 3.708 toneladas de cocaína que la región produjo en 2023, según estimación de Naciones Unidas, Colombia fue el origen de 2.664. El año pasado, la cifra colombiana escaló a 3.001, número que adelantó este diario hace unos días, motivo –el número– de la discordia entre las partes.
El auge de la cocaína en Sudamérica y sus mercados, y el aumento de los decomisos en todo el mundo, de nuevo según Naciones Unidas, ilustra en realidad una tendencia regional: la expansión de la producción y el tráfico de drogas. De prácticamente todas, excepto de la obsoleta heroína y la legalizada marihuana. El resto viven un boom, enganchadas a la euforia de alcaloide prescrito, situación que recuerda a la época dorada del cartel de Medellín y el puente aéreo de la cocaína, vía el Caribe y Florida, a mediados de la década de 1980, los años de Scarface y Miami Vice.
Nuevas drogas alimentan el impulso, en geografías algo más norteñas, pocas tan presentes en el tráfico continental como el fentanilo y la metanfetamina. El opioide y el estimulante sustituyen los viejos cultivos de amapola y cannabis en México, e inundan de laboratorios el oeste del país, pendiente de la demanda del vecino del norte, insaciable, pese a las cinco décadas de guerra contra las drogas que han impulsado sus sucesivos gobiernos, de Richard Nixon a Donald Trump.
El actual presidente estadounidense trata de poner firmes a los gobiernos del sur y acabar con el tráfico entre amenazas arancelarias y bombazos marítimos. Hasta ahora, los misiles de Trump en el Caribe y el Pacífico, para atajar el tráfico de cocaína, han dejado más de 80 muertos.
- Además de ser una operación más que cuestionable desde el punto de vista de los derechos de las víctimas, la lógica de cerrar rutas de droga a bombazos hereda el espíritu del viejo dicho, aquello de matar moscas a cañonazos, solo que en una dimensión moderna y disparatada.
¿Cuánta droga han evitado esos bombazos que llegue a los consumidores estadounidenses? A falta de información oficial, resulta difícil saberlo. En todo caso, parece poco probable que esos operativos tengan un efecto en la demanda. “A pesar de las décadas que llevamos intentando pararlo, la coca ha llegado a su boom más alto en términos de demanda”, certifica Angélica Durán, profesora de la Universidad de Massachusetts, autora de varios estudios y libros sobre violencia y mercados ilegales.
- El círculo se cierra. Mercados de drogas que en su origen no fueron violentos, o no tanto como hoy, empezaron a crear una demanda de nuevas redes de protección ante la competencia creciente y la decadencia o la incapacidad de las redes antiguas. Entremedias, los nuevos grupos empezaron a buscar otras ocupaciones, de ahí la diversificación, la extorsión, etcétera.
Los gobiernos, caso de Colombia, México o Brasil, trataron de eliminar a estos grupos, caso de los violentos Zetas, con detenciones aquí y allá. Pero, en la práctica, los grupos se fragmentaron y los restos, con nuevos nombres, siguieron haciendo lo mismo. La demanda de drogas se mantuvo o aumentó. Y así llegamos a 2025.
- Ahora, esa lógica trasciende a los países productores tradicionales y aparece, con resultados catastróficos, en países de tránsito como Ecuador, donde la tasa de asesinatos pasó de menos de ocho en 2020 a más de 45 en 2023, o los de la región Caribe. No hace tantos años, Ecuador, bisagra entre Colombia y Perú, se vendía con cierta razón como un oasis sin violencia en el subcontinente, sobre todo comparado con Colombia.
- Pero en los últimos cinco años se ha convertido en uno de los principales clústeres sudamericanos de la cocaína –cosa que ocurre también con Costa Rica– donde redes criminales dan salida a la droga que va hacia Europa, aprovechando que es el principal exportador de banano del mundo.
Principal productor global de cocaína, el caso de Colombia es paradigmático y complementa al de Ecuador, ya que condensa el ciclo entero. Tras la caída de los carteles de Medellín y Cali en la década de 1990, los grupos que heredaron el trasiego del enervante cambiaron de táctica. Dejaron de llevarla a México y empezaron a venderla en la frontera.
La ganancia era menor, también los problemas. A la vez, Naciones Unidas registró un descenso sostenido de la producción de hoja de coca y cocaína hasta 2013. Pero el rebote desde entonces ha sido brutal: de las 50.000 hectáreas cultivadas entonces, a las más de 250.000 de ahora. En estos años, la fragmentación de los grupos criminales, llamados primero bacrim, bandas criminales, y más tarde GAO y GDO, grupos armados (o delictivos) organizados, ha sido constante. También la diversificación.
“Ahora se pasan de la coca a la minería ilegal de oro, dependiendo de los precios”, asegura Daniel Mejía, doctor en economía por la Universidad de Brown y exdirector del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los Andes.
Mejía, igual que Marcelo Bergman, señala el peligro extremo de situaciones como las que viven Colombia, México, algunas zonas de Brasil o Ecuador, donde las tasas de delitos violentos alcanza su equilibrio en pisos muy altos.
“La expansión de los grupos criminales en América Latina ya no es solo para controlar el mercado de narco o la minería. Más bien crecen hacia una lógica de gobernanza criminal”, explica Mejía.
“Cuando llegas a situaciones como la de México –30.000 asesinatos anuales, extorsión al alza, saqueo de minas y bosques, robo de combustible–, la actividad criminal se ha diversificado de tal forma, además con múltiples actores delictivos, que la capacidad disuasiva del Estado desaparece”, señala Bergman.
Venganzas y florestas
Una madrugada, a finales de octubre, los habitantes de una favela de Río de Janeiro fueron a cosechar cadáveres al bosque. Mientras la vida continuaba en la boyante zona sur de la ciudad, en las playas de Copacabana e Ipanema decenas de hombres y mujeres de la favela de Penha, en el interior de la ciudad, subieron a la floresta a buscar los cuerpos de sus familiares, muertos horas antes a manos de policías del Estado en un operativo que dejó ojiplático a medio mundo.
Los reporteros que llegaron después a la plaza del barrio describieron imágenes terribles, decenas de cadáveres tirados en fila, los cuerpos maltratados, cubiertos con lonas improvisadas…
Aunque no ha quedado clara la cantidad final de víctimas que dejó el operativo policial, los cálculos más conservadores ascienden esa cifra a 121. En tiempos en que el presidente de una potencia mundial como EE UU califica el asesinato de un periodista como “cosas que pasan”, la respuesta a la masacre en las favelas del gobernador de Río de Janeiro, Claudio Castro, siguió una línea parecida.
Según Castro, lo ocurrido fue un éxito, porque 78 de las víctimas tenían antecedentes graves. Pese a lo que pueda parecer, las encuestas realizadas en los días siguientes apoyaron el operativo y las palabras del gobernador. La mano dura, política siempre problemática en la región, se impuso por goleada.
- La matanza en las favelas de Penha y Alemao, la peor en la historia del país, refleja una tendencia en el continente: la desesperación de la población con la inseguridad y la violencia, la búsqueda de soluciones mágicas.
- A lo Nayib Bukele en el Salvador, que, hace unos años, de golpe y porrazo, acabó con la criminalidad –cuando las negociaciones con las pandillas no funcionaron– llevándose por delante el Estado de derecho. Ocurre en México o en Ecuador, pero ocurre también en países con niveles de delitos violentos muy inferiores, como Chile, que maneja una tasa de asesinatos en torno a seis por cada 100.000 habitantes, baja para los estándares de la región, el doble de lo que tenía el país diez años atrás.
“En América Latina siempre ha habido una demanda de respuestas de mano dura, baúl en el que caben muchas cosas”, dice Angélica Durán, de la Universidad de Massachusetts. Ejemplos no faltan. Los hubo en el triángulo norte de Centroamérica, en Honduras y El Salvador, a principios de siglo. Fueron acercamientos reactivos al crimen que no respondían a una planeación, sino a alguna crisis.
“Hay una tendencia de que, cuando se percibe que hay crímenes fuertes e impunidad, aumenta la demanda de estas políticas. Y es más fácil usarlas para los Estados, aunque no sean efectivas, porque dan la sensación de que algo se hace en el corto plazo”, añade la experta.
En un momento en que los populismos ganan terreno en la región, sobre todo los populismos de derechas, con los bolsonaros, mileis, bukeles y compañía en la proa de su portaaviones ideológico, la tentación de ofrecer soluciones mágicas aumenta. Todos los expertos consultados advierten lo mismo: el modelo Bukele es irreplicable.
“Ellos pudieron hacerlo porque es un país chiquito, que tomó control muy rápido de las pandillas”, dice Bergman. De intentar hacer algo parecido, países con 10, 15 o 20 millones de habitantes deberían encarcelar a más de 100.000 personas. En el caso de México, sería millón y medio; en el de Brasil, más de dos millones.
Efectiva desde el punto de vista mediático —¿qué aspirante a autócrata no hiperventila con la idea de crear cárceles gigantes, donde abandonar a cientos de miles de presuntos criminales, vestidos con unos miserables calzoncillos blancos?—, la idea podría ser contraproducente.
En su libro El negocio del crimen, obra paradigmática, Bergman señala que en las últimas dos décadas, casi tres, la población carcelaria en América Latina prácticamente se ha duplicado y los delitos no han disminuido. Por dos motivos: primero, porque los eslabones interceptados de la delincuencia son fácilmente reemplazables, y segundo, por el carácter formativo de las prisiones que, lejos de reformar a los internos, los prepara para volver con fuerza al mundo del hampa.
Pero entonces, ¿qué hacer? Daniel Mejía apunta una posible respuesta. Carne de universidad, Mejía se convirtió en el primer secretario de seguridad de Bogotá en 2016, en un momento en que, en el centro, empezaba a formarse un enorme foco de criminalidad, conocido como El Bronx que, de crecer aún más, podía convertirse en un problema importante.
“Esto eran cinco manzanas, pero cerca de las Cortes, la alcaldía, donde no podían ni entrar la policía. Y nuestro principio básico era que no podíamos tener zonas vetadas”, explica el experto. Mejía infiltró agentes en el Bronx, coordinó tareas de inteligencia durante medio año y, cuando atacó, lo hizo con toda la fuerza disponible.
“Mandamos 2.500 policías, además de personal del ejército, que se encargaron de los anillos perimetrales”, detalla. “No era cosa de hacer uso excesivo de la fuerza, sino para evitar hacerlo. Es decir, llevar tanta gente que no se les ocurriera responder”. Y así fue. No hubo balaceras ni muertos.
En pocos minutos, la policía ocupó los más de 140 establecimientos del lugar donde se vendía droga, etcétera. Aunque lo particular del escenario complica sus aplicaciones, la lección parece evidente: inteligencia, preparación y mucha fuerza para evitar que el crimen responda. Mejía lanza una advertencia: “Usar la fuerza sin inteligencia lleva a cometer muchos errores”.
El pronóstico no es bueno, pero tampoco es terrible. “El crimen no va a desaparecer, pero hay que aspirar a limitarlo”, defiende Cecilia Farfán. Es una frase que esconde cierta complejidad. No es fácil limitarlo si la inercia de los gobiernos durante décadas ha sido, simplemente, reaccionar. Y no solo eso.
“El gran problema es que, en América Latina, los Estados tienen en general el poder muy fragmentado y hay muchos grupos criminales, entonces cualquier política es muy complicada. Además, por la posible conexión de grupos con parte del poder político”, dice Angélica Durán. Culturalmente, además, la batalla es igualmente complicada. Palabras como gobierno o política han perdido buena parte de su capacidad de seducción. Impera la desafección y, en un contexto así, otros actores entran en escena.
Lo malo atrae, no hay más que ver los éxitos de los corridos bélicos, subgénero de la música regional mexicana, que se han convertido en un fenómeno global. El crimen ya no se elige tanto por necesidad, sino que, muchas veces, se elige por venganza.
“Hay como una decepción generalizada de que el camino legal, de la educación, del trabajo, no ofrece respuestas”, dice Bergman.
“Y así, estos caminos nihilistas, contestatarios, violentos… Bueno, hoy parece que el gran atractivo es conseguir un arma, lastimar, vengar la infancia terrible, lo que me hicieron. Es un problema serio la cantidad de gente lista a vincularse a una vida criminal porque no encuentra respuesta en otras vidas”, zanja.
El crimen organizado sigue abriéndose paso en América Latina y es el mayor riesgo
El crimen organizado continúa abriéndose paso en todos los países de América Latina, a medida que se infiltra en los gobiernos y su influencia escapa fronteras, y es percibido en la actualidad como la mayor amenaza en la región, según reveló el Índice y Análisis de Riesgo País de América Latina 2025.
- Este informe, publicado por la Universidad Internacional de Florida (FIU, en inglés) mostró a Ecuador, Brasil, Chile y México como los países en los que la población concibe el crimen organizado como el principal riesgo para su estado, aunque las doce naciones analizadas arrojaron altos porcentajes de preocupación de al respecto.
- Por orden, estas fueron: Ecuador y Brasil (4,8 sobre 5), Chile y México (4,7), Colombia, Paraguay y Perú (4,6), Panamá y Bolivia (4,1), Argentina (4), República Dominicana (3,8) y El Salvador (3,7), según los datos obtenidos de 765 encuestas realizadas a personas de diversos sectores y a 360 entrevistas en profundidad con expertos.
Aunque el informe destacó la última posición de El Salvador, sostuvo que el Gobierno de Nayib Bukele ha logrado reducir la violencia a costa de «suspender las libertades civiles».
El aumento de la tasa de criminalidad también se mencionó como un riesgo importante en todos los países evaluados, con una puntuación media anual de 4,07 que lo sitúa en la categoría de «Alerta».
Mayor influencia geográfica y en las instituciones
“El crimen organizado no solo ha incrementado en expansión geográfica, sino que hay otros efectos muy importantes“, dijo a EFE el autor principal del estudio, Erich De La Fuente, profesor adjunto de Política y Relaciones Internacionales en FIU.
De La Fuente indicó que hoy en día hay que pensar en el crimen organizado como “empresas multinacionales» que combinan su actividad delictiva con otros negocios lícitos y cuya influencia va más allá de un solo país“.
Así ha logrado tener acceso a las instituciones y socavar la confianza de la gente en la legitimidad de los gobiernos, lo que sugiere una reconfiguración global de la región.
Esta “red“, como la define el informe, ha creado una crisis estatal que solo puede ser combatida a través de los resultados que obtenga el Gobierno en materias como el desempleo o la lucha contra el crimen, dos de las principales preocupaciones en América Latina.
El papel de Estados Unidos
Estados Unidos es un agente importante para lidiar con esta crisis de legitimidad, agregó De La Fuente, puesto que puede ofrecer una sensación de serenidad transmitiendo confianza a los gobiernos de los países latinoamericanos y apoyándolos económicamente.
Y aunque “hay que tener línea dura“ contra el narcotráfico, una de las principales fuentes de financiación del crimen organizado, el experto aseguró que hay que atacar a sus raíces para atajar el problema.
- En ese sentido, sobre los bombardeos que Estados Unidos realiza desde septiembre en el mar Caribe y Pacífico contra lanchas que supuestamente transportan droga, que han matado a más de 70 personas, dijo que «eso solo no acaba con estas redes de narcotráfico».
Riesgos políticos, económicos e internacionales
Además de la percepción sobre el crimen organizado, el informe también midió otros factores. En este sentido halló que, junto al mencionado declive de la confianza en los políticos, la polarización política persiste como una preocupación importante en toda la región.
- En México, por ejemplo, la percepción de riesgo relacionado con la política aumentó hasta 4,13 puntos en noviembre, en comparación con los 3,79 puntos de junio.
- En lo relativo a los índices anuales de riesgo económico, la tendencia, en líneas generales, fue positiva en la región, aunque el desempleo y la inflación fueron las principales preocupaciones de la población.
- Bolivia, México y Brasil registraron los mayores índices de riesgo mientras que Argentina y Paraguay los más bajos.
La transformación del crimen amenaza a América Latina
Las organizaciones criminales con presencia en América Latina están experimentando una transformación “dinámica” que les permite operar en más lugares, aumentar sus ganancias y desafiar más a autoridades de todos los niveles, de acuerdo con el estudio “The Armed Conflict Survey 2025” que la entidad no gubernamental Instituto Internacional para Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés).
Algunos de estos cambios, dice el reporte, incluyen modificaciones en los patrones de tráfico y consumo de drogas, que agrupaciones delictivas antes centradas en el narcotráfico ahora busquen desarrollarse en otras actividades ilícitas —como las extorsiones, el tráfico de migrantes o la minería ilegal— y que los grupos tejan alianzas en diferentes regiones.
“El ecosistema criminal de América Latina se está transformando dramáticamente, con mercados ilícitos que se vuelven altamente dinámicos mientras las organizaciones criminales adoptan nuevos y más flexibles modelos de negocio y priorizan actividades y alianzas más lucrativas, incluyendo asociaciones con sofisticados actores extrarregionales”, dice el estudio.
“Los mercados ilícitos tradicionales, particularmente el tráfico de drogas, están cediendo ante alternativas oportunistas al tiempo que la diversificación se convierte en la norma”, agrega.
El fentanilo desplaza a la cocaína
Uno de los cambios más significativos en la dinámica criminal está en el narcotráfico, dice el reporte. El tráfico de narcóticos sigue siendo la actividad que genera mayores ganancias a las organizaciones delictivas de América Latina, con la cocaína como principal mercancía, pero se están registrando modificaciones, expone.
De acuerdo con el estudio, mientras el consumo de cocaína está a la baja en Estados Unidos —país que representa su mayor mercado—, el de drogas sintéticas se ha disparado en años recientes. En contraste, en Europa y Oceanía la sustancia cuyo uso está al alza es la cocaína.
Estos cambios, dice el reporte, están haciendo que algunas organizaciones delictivas dediquen más atención a la producción de estupefacientes sintéticos en vez de la de aquellos derivados de plantas, que necesitan más recursos para su cultivo, procesamiento y transporte.
“El creciente consumo de fentanilo y metanfetaminas en Estados Unidos notablemente ha creado un nuevo escenario, alterando la forma en la que las organizaciones criminales trabajan y los impactos de sus actividades en comunidades locales”, dice el texto.
“La relativamente simple producción de drogas sintéticas, que primariamente depende del acceso a precursores químicos de países con controles laxos como China, combinada con su alta rentabilidad la hace un negocio más atractivo que las drogas basadas en plantas. Por ejemplo, una pastilla de fentanilo ilícito que se vende de US$ 10 a US$ 30 dólares a un cártel mexicano producirla solo le cuesta unos US$ 0,10”, expone.
- Desde que Doland Trump inició el 20 de enero su segundo mandato como presidente de Estados Unidos exige que el Gobierno de México tome más acciones para detener el flujo de fentanilo que llega a territorio estadounidense. México dice que está tomando cartas en el asunto y frecuentemente anuncia arrestos, decomisos y el desmantelamiento de laboratorios para producir drogas sintéticas, en especial en estados cercanos a la frontera norte.
En tanto, el impacto del fentanilo en Estados Unidos se mide ya por miles de muertes. El informe sobre drogas que la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) publicó en junio advierte que en 2024 en ese país se registraron 48.422 fallecimientos relacionados con el consumo de esta sustancia.
Las organizaciones criminales expanden sus negocios
Otro cambio relevante en la dinámica criminal en América Latina, dice el estudio del IISS, consiste en que las organizaciones —en particular las más grandes— están buscando diversificar sus actividades y construir más alianzas con el objeto de incrementar sus ganancias.
- De acuerdo con el reporte, algunos ejemplos de estas tendencias son el Cártel de Sinaloa y el Cártel Jalisco Nueva Generación, en México; el Clan del Golfo, en Colombia; el Primer Comando Capital, en Brasil, y el Tren de Aragua, en Venezuela. Según el texto, todos estos grupos, antes centrados en el narcotráfico, han incursionado en campos como la extorsión, el tráfico de migrantes y la minería ilegal.
“Otros mercados criminales siguen ganando prominencia, incluyendo aquellos que dependen de un extensivo control de territorios, comunidades y rutas de transporte”, dice el estudio.
Menciona que un ejemplo de esto es el Clan del Golfo, que se ha aprovechado del alto número de migrantes que buscan pasar por Colombia y el Tapón del Darién. El Clan, que controla puntos de esa zona, cobra “impuestos” tanto a negocios legales como a traficantes de migrantes, lo que le reditúa en grandes ganancias, dice el reporte.
Otro caso lo representa el Tren de Aragua. Según el estudio, esta agrupación ha mostrado ser “particularmente hábil para adaptarse a circunstancias cambiantes” y, con ello, expandir sus redes y operaciones.
“Por ejemplo, el aumento de migrantes venezolanos en Chile ha provisto a la organización de un punto de entrada al mercado chileno. Una vez ahí, rápidamente se las ha arreglado para tomar el control de territorios a través de la extorsión”, dice el texto.
- CNN ha documentado cómo el Tren de Aragua, agrupación creada en la prisión venezolana de Tocorón, durante los últimos años ha expandido sus operaciones a otros países del continente e incluso hacia algunas ciudades de Estados Unidos.
- Este año, Washington desingó al Tren de Aragua como organización terrorista internacional, una medida ha utilizado para justificar acciones como la veintena de ataques que ha realizado desde septiembre contra embarcaciones que supuestamente transportaban drogas en aguas internacionales.
- De acuerdo con el reporte del IISS, otras muestras de las tendencias criminales son el incremento de la minería ilegal en Sudamérica y las alianzas entre la banda ecuatoriana de Los Lobos con el mexicano Cártel Jalisco, un hecho que el IISS vincula con el incremento de la violencia en Ecuador. Al igual que al Tren de Aragua, EE.UU. designó a Los Lobos y al Cártel Jalisco como organizaciones terroristas.
En su informe para el primer semestre de 2025, el Observatorio Ecuatoriano de Crimen Organizado (OECO) dijo que en ese período en el país se registraron 4.619 homicidios intencionales, un alza del 47 % en comparación con los mismos meses de 2024. La situación de violencia es una de las principales preocupaciones entre los ecuatorianos, así como un tema prioritario para el Gobierno del presidente Daniel Noboa.
El crimen avanza rápido, el Estado se queda atrás
Todas las nuevas tendencias criminales en América Latina representan un fuerte desafío para los estados de la región, que luchan para adaptarse y mantener el paso a los delincuentes, dice el estudio del IISS.
Un ejemplo de esto, expone, son los esfuerzos de autoridades de algunos países para frenar el tráfico de fentanilo, cuando las organizaciones delictivas tienen una alta flexibilidad y capacidad para responder a estas medidas.
- A esta situación, el reporte suma el potencial efecto negativo de varias políticas del Gobierno de Trump, como catalogar a los migrantes como delincuentes, designar como terroristas a agrupaciones criminales y el recorte de la ayuda estadounidense a la región.
“Su impacto combinado probablemente afectará la resiliencia socioeconómica, al tiempo que llevará a una reconfiguración en las dinámicas criminales mientras los grupos organizados diversifican sus portafolios, actividades y riesgos de acuerdo con los cambiantes riesgos y oportunidades”, señala.
Ante esto, subraya, el gran reto de los estados de la región es poder desarrollar e instrumentar estrategias que igualen la capacidad de adaptación de los delincuentes.
“Enfrentar este reto requiere un enfoque multidimensional. Mientras que mejorar la inteligencia, compartir información y la cooperación transfronteriza en seguridad sigue siendo esencial, debe complementarse con inversión sostenida en la resiliencia de las comunidades vulnerables a la expansión criminal”, dice el estudio.
“Esto incluye desarrollar programas socioeconómicos robustos que ofrezcan caminos genuinos para salir de la pobreza y fortalecer las instituciones, particularmente a través de mejorar la efectividad del sistema de justicia y combatir la impunidad”, concluye./Agencias-PUNTOporPUNTO
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