Al Coby el Coronavirus le valía gorro, hasta que tocó su puerta

Por Javier Torres Aguilar

Chilpancingo, Gro.- Primero todo fue incredulidad, el tal coronavirus no existe, son inventos de mentes retorcidas para hacer diabluras contra los jodidos…

Eso al Coby le causaba gracia: “son puras mentiras”, decía al abordar riendo al tsurito gris rata medio destartalado de viejo, en el que salía a pueblear con bocina en altavoz al techo y anunciar sus maravillosas pomadas y elíxires:

¡Señora mire y lleve, para los dolores que le quitan el sueño y no la dejan ni enderezar; jarabes para esa tos de perro, para el resfriado que no respeta sexo, religión ni condición social, llévelos usted por unos cuantos pesos que nada son ante el valor superior de su salud! Arenga que se escuchaba con atención en las rancherías serranas…

Cayendo el muerto y soltando el llanto decía el Coby al recibir la paga y entregar sus productos mágicos a sus clientes maravillados. Así eran sus jornadas cada día y de donde sacaba orgulloso el sustento familiar. El Covid 19, simplemente le valía madres…

Y así se la fue llevando, semana tras semana, desde febrero pasado, mes del amor y la amistad, el tal coronavirus es un chisme, no conozco a nadie que esté enfermo, decía. Son puros inventos…

Así vino la justificación para seguir con su bocina estridente al aire en pueblos y rancherías anunciado las maravillas de las pomadas y jarabes naturales para la salud: acá no llega eso del covid, pensaba, estamos lejos y, además, yo soy el Coby, soy joven y casi inmortal, bromeaba a través del celular con los amigos.

No le hacía caso a ninguna recomendación, aunque en Italia y España la gente muriera a montones por culpa del temido bicho Covid 19. Son puros chismes, reiteraba. Y hasta se molestaba con las noticias de las cifras de los muertos en México y el mundo.

De pronto la realidad se le restregó en el rostro: tres de sus vecinos cercanos murieron por coronavirus. Entonces el Coby paró en seco el tsurito y se encerró a piedra y lodo. Las evidencias de muertes cercanas le construyeron el muro de su urgido encierro. No sale de casa hace más de 20 días…

Los víveres se acaban y el Coby ya piensa sacar el tsurito para ir a talonear a las poblaciones cercanas de Chilpancingo y ofrecer sus productos que acaban con cualquier mal de salud, pero el maldito bicho que se metió con sus amigos y familiares se lo impide.

La suegra de su hermana batalla contra el Covid encerrada en casa; uno de sus mejores amigos, joven de unos 35 años, murió hace días por la enfermedad, aquí mismo en Chilpancingo…

“La enfermedad existe, me cai’ de madres”, se oye decir a su voz marchita por el audio del watsap.

La muerte del amigo del Coby es una de las 112 defunciones por coronavirus registradas en Guerrero, hasta el 17 de mayo. Los contagios confirmados hasta esta fecha sumaban 805, de acuerdo a datos del gobierno de Héctor Astudillo Flores.

El Coby sigue en casa, se resguarda del contagio, junto con su esposa y su menor hijo de apenas tres añitos de edad. El comerciante de las maravillas naturales ya no se burla. La muerte lo metió al orden.

Al Coby le indigna que a su amigo fallecido no lo quisieron recibir en ninguna clínica de salud; tuvieron que llevarlo al hospital Raymundo Abarca Alarcón, donde murió al día siguiente de su ingreso.

En su muro de Facebook está la imagen del joven con un moño negro, de gorra, rostro joven, sano en apariencia, sin parecer siquiera candidato para una muerte Covid 19.

Coby personifica a quienes viven en Chilpancingo: de la incredulidad pasó a la aceptación dolorosa de que la pandemia existe. Lo comprobó con los decesos de sus amigos y conocidos que acabaron en las garras del mentado virus.

Un poco, el Coby retrata el comportamiento de la gente de estas tierras respecto a la pandemia. Una gran mayoría sigue en las calles, en los mercados. Algunos ya usan cubrebocas por sistema y convicción. No todos, tal como sucede en los accesos al mercado central Baltazar R. Leyva Mancilla, el más concurrido de la ciudad.

Quizá sería mejor no usar esos mentados cubrebocas, piensa el hombre a bordo de un pequeño auto pointer que arde por el sol del medio día guerrerense, y ubicado a las afueras de ese mercado tan visitado.

Tiene los vidrios cerrados por el miedo a que alguna fruta ofrecida por vendedores ambulantes haya sido manoseada por algún transmisor del bicho mortal.

Sigue dentro del auto donde no se aguanta el calor pero ni así se atreve a bajar los vidrios por miedo a que llegue alguna partícula de saliva perdida de cualquier pasajero de las combis que pasan junto.

Por allá está un niño sentado sin cubrebocas, recargado en el poste de luz, con una bolsa de mandado a sus pies; junto a él pasa un joven como de 20 años que porta un cubrebocas muy acá, muy a la moda, con figurillas de luchador. Al volver la vista al niño, ya tiene puesto el cubrebocas que descansó sobre las tostadas y mangos de la bolsa mandadera.

Luego, ese niño subió a una combí y se perdió a la distancia junto a varios pasajeros más, todos ellos sin cubrebocas.

Aparece de pronto un hombre joven, treinta y tantos, con un cubre boca muy nice, pero lo lleva en la mano. Seguro viene de trabajar; tiene pinta de albañil: corpulento, pantalón de mezclilla y camisa a cuadros. Camina muy quitado de la pena revoleando divertido su cubrebocas colorido que usa como juguete.

Sí, en la ciudad de Chilpancingo a mucha gente el coronavirus les vale madres y poco se cuidan del contagio.

En las reducidas callejuelas de la zona de frutas y verduras, pocos portan cubrebocas. Y las distancias son mínimas entre la gente. Algunos como excepción portan lentes y cubrebocas dobles. Y evitan hasta donde es posible que los demás les hablen de frente.

Así son los guerrerenses: estoicos hasta la muerte. Un méndigo bicho invisible no les va a venir a quitar el gusto por ir a mercar las ricas frutas y verduras de la región.

No importa que tales frutas se puedan convertir en pase a la eternidad.

El Coby cavila y cavila, no quiere, tiene mucho miedo, pero se engalla y dice que máximo en 20 días, y a pesar de las amenazas de muerte, tendrá que montar el tsurito color rata, el de las medicinas poderosas, y recorrer de nuevo la serranía en busca del pan y la vida.

Sí, el coronavirus existe y ruego porque me respete. Es la oración diaria y plegaria del Coby antes de partir a vender de nuevo sus pócimas maravillosas a las comunidades serranas, donde, dice, ya deben extrañar al tsurito color rata.

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