ARRANQUE LENTO y BAJO CRECIMIENTO ponen a prueba al GOBIERNO de SHEINBAUM

El primer año de todo gobierno en México suele parecerse a un mal arranque de torneo: mucha expectativa, poco gol. El primer año de Claudia Sheinbaum no escapa a ese patrón. Con un crecimiento que terminará en un rango de apenas 0.3-0.4 por ciento del PIB —muy cerca del 0.6 por ciento que hoy proyecta el consenso y con riesgos a la baja—, la economía vive un virtual estancamiento tras un 2024 ya flojo, de solo 1.24 por ciento de avance.

Si miramos hacia atrás, desde Ernesto Zedillo la historia se repite con una puntualidad casi inquietante.

En 1995, el primer año completo del zedillismo, el PIB se desplomó 5.9 por ciento tras la crisis del “error de diciembre”. En 2001, el debut de Vicente Fox registró una caída de 0.5 por ciento, golpeado por la recesión estadounidense y el estallido de la burbuja puntocom. El inicio de Felipe Calderón fue la excepción relativa: 2007 creció 2.1 por ciento, pero ya era un frenón frente al 4.8 por ciento de 2006, justo antes de la crisis financiera global.

Con Enrique Peña Nieto, el 2013 avanzó apenas 0.9 por ciento, muy por debajo de lo prometido por el “momento mexicano”. Y el primero de Andrés Manuel López Obrador, en 2019, cerró con una contracción de 0.3 por ciento, cuando todavía no había pandemia.

Si se promedian esos cinco primeros años (1995, 2001, 2007, 2013 y 2019), el resultado es un crecimiento cercano a –0.7 por ciento.

En contraste, la tasa media anual del PIB mexicano entre 1994 y 2023 ronda el 2 por ciento, es decir, los años inaugurales se quedan sistemáticamente por debajo del desempeño de largo plazo.

No se trata de una superstición económica, sino de una combinación de factores que tienden a alinearse en cada arranque de administración. El primero es externo: Zedillo estrenó sexenio en medio de una crisis cambiaria y de deuda; Fox llegó justo cuando Estados Unidos entraba en recesión; Calderón arrancó en el pico del ciclo global que colapsaría un año después, contaminando la inversión desde el principio; Peña Nieto enfrentó un entorno internacional de menor dinamismo y caída de precios del petróleo; López Obrador, una economía mundial ya desacelerada, con tensiones comerciales y un sector petrolero en declive. En 2025, Sheinbaum ha tenido frente a sí una combinación de bajo crecimiento global y un conflicto comercial abierto con Estados Unidos que ya golpea exportaciones clave.

El segundo factor es político-fiscal. Las administraciones salientes suelen utilizar su último año como “cierre festivo” del gasto: más obra, más transferencias, más presión sobre el déficit. El gobierno de López Obrador llevó ese patrón al extremo, con requerimientos financieros del sector público del 5.7 por ciento del PIB en 2024, el mayor nivel de las últimas décadas.

Esa expansión deja, inevitablemente, una resaca. El primer año del gobierno entrante debe corregir el rumbo: recortar inversión pública, moderar programas, contener la nómina.

Un tercer elemento es la incertidumbre regulatoria. Cada sexenio llega con la promesa de “cambiar el modelo” y, a menudo, de revisar contratos, reglas y prioridades. En 1995, la crisis detonó una redefinición apresurada de reglas financieras y cambiarias. En 2001, la expectativa de reformas estructurales que nunca llegaron se combinó con dudas sobre el rumbo de la nueva alternancia. En 2013, el Pacto por México abrió un ciclo de grandes reformas, pero su instrumentación implicó cambios abruptos en sectores como energía o telecomunicaciones, que retrasaron decisiones de inversión.

  • En 2019, la cancelación del aeropuerto de Texcoco y la revisión de contratos energéticos envió una señal de cautela a los inversionistas privados. Y en 2025, la discusión sobre aranceles, la revisión del T-MEC y todo el paquete de reformas, generó una gran interrogante.
  • La inversión, que es el puente entre incertidumbre y crecimiento, refleja ese patrón. Tras el colapso de 1995, la formación bruta de capital fijo cayó casi 34 por ciento en términos reales.

Episodios similares se observan en 2001, 2013 y 2019: en todos esos años, el PIB apenas crece o retrocede, y el componente de inversión se rezaga más que el consumo. Además, hay un componente institucional: la curva de aprendizaje del propio gobierno. Un nuevo gabinete necesita varios meses para entender la maquinaria presupuestal, destrabar proyectos, coordinar a estados y municipios. En el papel, el gasto se aprueba desde el primer día; en la práctica, muchos recursos se ejercen tarde o se subejercen, sobre todo en inversión física.

Lo vimos en 2013, cuando parte del bajo crecimiento se explicó por la incapacidad del gobierno federal de poner en marcha a tiempo su propio programa de obra pública.

Y lo observa ahora la administración de Sheinbaum, que debe simultáneamente redefinir prioridades, absorber un ajuste fiscal y aprender a ejecutar.

  • En el caso específico de 2025, la “maldición” se agrava por la coincidencia de tres fuerzas: una herencia fiscal muy expansiva que obliga a apretar el cinturón; la irrupción de aranceles estadounidenses de 25 por ciento a productos clave y una normalización monetaria lenta, con tasas reales todavía elevadas que encarecen el crédito a empresas y familias.
  • Con ese telón de fondo, un crecimiento cercano a cero no sorprende; en todo caso, sorprende que no sea peor.

Lo interesante es que, a pesar de estos malos arranques, ninguno de los sexenios recientes quedó condenado de antemano. Tras el desplome de 1995, la economía creció en promedio por encima de 5 por ciento anual entre 1996 y 2000. Después del tropiezo de 2001, siguió una etapa de expansión moderada hasta 2008. Incluso Peña Nieto, tras el decepcionante 2013, logró algunos años de crecimiento superior a 2.5 por ciento.

Y el propio sexenio de López Obrador, pese al bache de -8.6 por ciento en 2020 por la pandemia, cerró con una recuperación que permitió tasas de 3.9 por ciento en 2022 y 3.2 por ciento en 2023.

  • La “maldición” de los primeros años es, en realidad, la suma de ciclos políticos, ajustes fiscales poselectorales, choques externos y dudas regulatorias que se concentran justo cuando el gobierno es más vulnerable. No es inevitable, pero sí recurrente.
  • Para Claudia Sheinbaum, el reto no es solo explicar por qué el 2025 será un año de crecimiento raquítico. Es convencer a hogares, empresas y mercados de que este arranque flojo no anticipa otro sexenio de estancamiento crónico. La verdadera prueba será si en 2026 la economía es capaz de dejar atrás el rango de 0-1 por ciento y acercarse, al menos, al pobre pero todavía mejor promedio histórico de 2 por ciento.

Si la historia vuelve a repetirse o no, dependerá menos de la “maldición” y más de las decisiones que se tomen hoy./Agencias-PUNTOporPUNTO

Recibe nuestro boletín informativo, suscríbete usando el formulario