Mientras el mundo enfoca su atención en el cambio climático, una amenaza igual de peligrosa crece en silencio: la contaminación química.
Según un informe reciente de Deep Science Ventures (DSV), la exposición diaria a sustancias sintéticas representa un riesgo crítico tanto para los seres humanos como para los ecosistemas, aunque aún está muy rezagada en términos de acción pública y conciencia colectiva.
- De acuerdo con The Guardian, esta realidad invisible se esconde en lo cotidiano: en el aire que respiramos, los alimentos que comemos y los productos de higiene que usamos.
- Sin embargo, no existe una evaluación sistemática ni suficiente control sobre miles de químicos con los que convivimos, muchos de ellos con efectos devastadores en nuestra salud y el medio ambiente.
Una amenaza invisible en nuestra vida diaria
Es fácil imaginar la contaminación como humo o desechos visibles, pero la contaminación química opera de forma mucho más sutil.
- De las más de 100 millones de sustancias creadas por la economía industrial, entre 40,000 y 350,000 están activamente en uso comercial. Muchas de ellas nunca existieron en la naturaleza, y su toxicidad aún no está plenamente comprendida.
- El informe de DSV alerta sobre una falsa sensación de seguridad: creemos que si algo está en el mercado, es seguro.
- Pero en realidad, las pruebas de toxicidad son limitadas y obsoletas. Hoy sabemos que incluso el agua de lluvia contiene químicos permanentes (PFAs), detectados también en casi todos los cuerpos humanos analizados.
Los efectos ya son visibles: desde problemas respiratorios hasta alteraciones endocrinas y reproductivas, pasando por trastornos neurológicos como el TDAH.
El aire, el agua y los alimentos que deberían nutrirnos, están impregnados de amenazas silenciosas, sustancias químicas tóxicas.
Las fallas del sistema: ¿por qué no se actúa?
El informe pone el dedo en una llaga incómoda:
La regulación actual simplemente no está funcionando. La mayoría de las evaluaciones de seguridad química ignoran los efectos acumulativos, las exposiciones prolongadas o las dosis bajas que pueden ser más dañinas de lo esperado.
- Esto es particularmente grave en el caso de los disruptores endocrinos, que no siguen un patrón lineal de toxicidad.
- La forma en que se evalúa la seguridad está obsoleta. Asume que “menos es menos”, cuando en realidad, algunas sustancias son más peligrosas en microdosis.
- Esto invalida muchos protocolos actuales de prueba y permite la circulación de productos potencialmente peligrosos sin una supervisión adecuada.
Esta falta de control también se traduce en una enorme disparidad de información entre industrias, autoridades y consumidores. La contaminación química sigue siendo una caja negra para la mayoría de la población.
Impactos en salud: una pandemia silenciosa
El cuerpo humano se ha convertido en un depósito involuntario de compuestos tóxicos. El informe revela que más de 3,600 químicos sintéticos —solo en materiales en contacto con alimentos— están presentes en nuestros organismos. Ocho decenas de estos son considerados de alta preocupación.
- La investigación documenta correlaciones y causalidades claras entre estas sustancias y enfermedades graves: infertilidad, cáncer, daños al sistema inmunológico, hepático, cardiovascular y más. Uno de los hallazgos más contundentes fue la relación directa entre pesticidas y pérdida de fertilidad o abortos espontáneos.
- Esta no es una amenaza futura: ya estamos viendo los efectos. El 90 % de la población mundial respira aire que excede los límites recomendados por la OMS, y el aumento de enfermedades crónicas no transmisibles parece avanzar en paralelo con el crecimiento del uso de químicos industriales.
Plástico y permanencia: una crisis planetaria
La contaminación química va de la mano con otro desafío global: el uso excesivo de plásticos.
- Estudios recientes advierten que ya hemos cruzado el límite seguro de presencia de contaminantes ambientales, con plásticos y microplásticos presentes desde la infancia hasta la vejez.
- Este fenómeno afecta no solo al entorno natural, sino que se infiltra en nuestros sistemas biológicos. La producción de plástico no solo no se detiene, sino que se acelera, sin control suficiente sobre sus consecuencias a largo plazo.
- La llamada “crisis del plástico” es una manifestación palpable de cómo la falta de acción en torno a la contaminación química está alimentando otra emergencia ambiental de gran magnitud.
Innovación y responsabilidad: caminos posibles
- A diferencia del cambio climático, la lucha contra la contaminación química podría tener un avance más ágil si se toman medidas inmediatas. El informe de DSV señala que este problema es más susceptible a soluciones impulsadas por el mercado y la innovación tecnológica.
- Al identificar puntos críticos, es posible desarrollar nuevos productos, materiales y procesos más seguros para las personas y el ambiente. Las empresas tienen aquí una oportunidad estratégica: liderar con responsabilidad, rediseñando sus cadenas de valor con criterios más estrictos en química verde.
El impulso también puede venir del consumidor, cada vez más consciente. La demanda de productos libres de tóxicos, empaques más seguros y alimentos orgánicos podría redirigir la presión hacia fabricantes y legisladores.
Lo personal es político (y ecológico)
Harry Macpherson, autor del estudio, lo resume con una práctica personal: dejó de calentar alimentos en plásticos y ahora cocina en sartén de hierro fundido. No todos pueden hacer estos cambios, especialmente si los productos más seguros son más caros, pero incluso pequeñas acciones individuales pueden sumar.
- Lavar frutas y verduras, elegir productos sin fragancias sintéticas, evitar aerosoles o preferir cosméticos certificados, son pasos realistas hacia una vida menos expuesta.
- Esta es una de las pocas crisis ambientales donde el consumo informado puede tener un impacto directo.
- Por ello, la educación y el acceso a información confiable son clave. La contaminación química no puede seguir siendo invisible. Necesitamos convertir la conciencia en acción.
- Ignorar la contaminación química es ignorar una emergencia de salud pública y ambiental que ya está en marcha.
- Aunque sus efectos son menos espectaculares que los incendios o las sequías provocadas por el cambio climático, sus consecuencias son profundas y duraderas.
Para quienes trabajamos en responsabilidad social, esta es una llamada urgente a integrar criterios químicos en nuestras estrategias de sostenibilidad, innovación, compras responsables y bienestar humano. Porque no se trata solo del planeta: se trata de nosotros.
Activan alarmas por la contaminación en más de 8 de cada 10 alimentos
Nuestro organismo recibe de media entre 61 nanogramos y 22 microgramos por gramo de plastificantes a través de los alimentos. Si bien esta cantidad no supera los niveles de seguridad establecidos para nuestra salud, la cosa cambia cuando se trata de niños.
- Un estudio realizado por el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC) en España ha confirmado la existencia de al menos un aditivo plastificante en el 85% de los 109 alimentos analizados, según informa la revista GreeMe.
Los envases de plástico, cada vez más comunes, son uno de los principales promotores para la exposición de estos químicos en los productos que posteriormente ingerimos.
- Debido a la toxicidad de estos compuestos químicos, muchas empresas han optado por una alternativa menos dañina para el envase de alimentos, aunque las cantidades de plastificantes encontrados en los productos no ha bajado considerablemente.
La flexibilidad y la resistencia que ofrecen estas sustancias a los envases de plástico han sido alguno de los motivos por los que se sigue utilizando en la industria alimentaria.
Los resultados del estudio se publicaron en el Journal of Hazardous Materials. Se trata de una de las investigaciones más inmersivas en el estudio de la exposición dietética a estas sustancias y que se enmarca en el proyecto EXPOPLAS, apoyado por el Ministerio de Ciencia español.
La carne es el alimento más contaminado
- La investigación se centró en el estudio de una dieta española basada en el consumo nacional que incluía cereales, lácteos, carnes, legumbres, frutas, verduras, dulces y alimentos infantiles.
- En los 109 alimentos se encontraron hasta 20 tipos de plastificantes diferentes, destacando los que funcionan como sustitutivos a los ftalatos, uno de los tipos más comunes de aditivos plastificantes.
Entre los alimentos analizados había tanto comida envasada en plástico, como conservada en vidrio y al natural.
- En la mayoría de los productos utilizados para el estudio se han encontrado trazas de al menos un tipo de plastificante, incluidos los protegidos por vidrio, considerado como una alternativa menos contaminante.
Diferentes niveles de toxicidad en los niños
La media de las sustancias encontradas en los alimentos ronda entre los 61 nanogramos por gramo y picos de hasta 22 microgramos por gramo. La carne ha sido uno de los productos más contaminado, seguido de los cereales, las legumbres y los dulces.
En los adultos, la exposición diaria de estas sustancias en el organismo ronda entre los 288 nanogramos por kilo de peso corporal.
- Los niveles de contaminación que reciben los adultos apenas rozan el límite de seguridad establecido por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). No obstante, los niveles de toxicidad encontrado en el organismo de un niño o de un recién nacido son preocupantes.
- La media de sustancias químicas diarias que recibe un niño de entre 1 y 3 años ronda entre los 1155 nanogramos por kilo de peso corporal. La investigación del IDAEA confirma que esta cifra puede llegar hasta los 2262 ng/kg en los recién nacidos. El motivo se encuentra en su bajo peso corporal y el consumo diario de alimentos específicos para ellos, como puede ser el caso de los potitos para bebés o la carne.
- Julio Fernández Arribas, el primer autor del estudio, afirma que estos niveles de tóxicos a los que se exponen los niños, a pesar de que la media no supera los límites de seguridad, “existen escenarios realistas en los que los niños pequeños están expuestos a cantidades superiores a las recomendadas”.
Cómo reducir el número de toxinas
Para evitar el consumo excesivo de aditivos plastificantes, la investigación propone evitar las comidas preparadas envasadas con plásticos. También se recomienda evitar calentar alimentos en estos tipos de envases, ya sea en el horno o en el microondas, ya que los niveles de toxicidad aumenten hasta 50 veces más en alimentos con estas condiciones.
- Los envases de vidrio tampoco se libran de estas sustancias. A pesar de ser una propuesta menos contaminante que busca sustituir al plástico, se ha encontrado restos de químicos en los alimentos envasados.
Los expertos creen que se puede deber a la existencia de plásticos utilizados en los recubrimientos poliméricos de las tapas metálicas. En consecuencia, no se debe de calentar ningún alimento dentro de un envase, independientemente del tipo de material con el que esté hecho.
Unas medidas insuficientes
Los investigadores consideran escasas las medidas que está tomando actualmente la legislación europea, ya que esta regula la cantidad de ingestas de estas sustancias únicamente regulando la migración de sustancias desde materiales en contacto con los alimentos.
- La legislación aún no ha impuesto unos límites directos de los niveles de sustancias permitidas.
Ethel Eljarrat, directora de IDAEA y coautora del estudio se muestra insatisfecha con las medidas para la prevención de aditivos plastificantes en los alimentos europeos. Según Eljarrat, “ya conocemos los efectos nocivos de algunas de estas sustancias. Se necesita una legislación más restrictiva, especialmente para proteger a los grupos más vulnerables”.
Microplásticos, una amenaza invisible
Según datos de la Agencia Europea de Medioambiente a partir de diversos estudios, cada año se vierte al medio ambiente del 2 al 4% de la producción mundial de plástico, entre 6 y 15 millones de toneladas; de unas 3 millones de toneladas de microplásticos primarios, la mitad va a parar al océano.
- En los fondos marinos ya hay acumuladas más de 14 millones de toneladas, pero no hay lugar que no hayan invadido, desde la atmósfera a los polos, en las cumbres y en las fosas marinas.
- Su presencia es tan ubicua que, según un estudio, están penetrando en sedimentos lacustres anteriores a la época de los plásticos, con lo cual su presencia deja de ser un marcador geológico adecuado del Antropoceno, la era humana.
Lo que otras investigaciones están descubriendo es aún más alarmante. Los microplásticos están presentes en el aire, en el agua, en los envases de comida y bebida, y en la cadena alimentaria: pueden entrar por los organismos marinos, pero también las plantas los absorben del suelo, pasando a los animales que las comen.
- Un estudio de la Universidad de Victoria (Canadá) intentó estimar la cantidad de microplásticos que entran en nuestro cuerpo, una tarea ardua. Los autores calcularon que solo en el 15% de la dieta ingerimos hasta 52.000 partículas al año, que aumentan a 121.000 con el aire inhalado.
- Pero admitían que esto es una subestimación, y que probablemente la cifra total real esté en el rango de cientos de miles. O mucho mayor: otro estudio del Trinity College de Dublín estimó que los bebés pueden ingerir un millón de partículas al día en los biberones de plástico, donde se liberan al calentarlos.
En 2018 se detectó por primera vez la presencia de microplásticos de hasta nueve tipos en las heces humanas —también en las de bebés—, y se ha encontrado una mayor presencia en las personas con enfermedad inflamatoria intestinal, sobre todo cuanto más acusados son los síntomas.
- Con todo, si se expulsaran tal cual se ingieren, sería menos preocupante. Pero no es el caso: los absorbemos.
- Diversos estudios los han descubierto en la sangre, en la placenta, en la leche materna y en diversos órganos.
Y como además los inhalamos, también llegan a lo más profundo de los pulmones. Más llamativo aún es lo que encontró un grupo de investigadores de la Universidad Médica de Viena, la de Debrecen en Hungría y otras instituciones, cuando administró oralmente micro y nanoplásticos —los que son menores de 0,001 milímetros— a un grupo de ratones:
- Solo dos horas después de la ingesta, estos materiales se encontraron en el cerebro de los animales. Otros estudios similares han confirmado la detección de microplásticos en el cerebro de los ratones y su diseminación por todo el organismo.
- Pero dado que el cerebro está protegido por la barrera hematoencefálica que filtra lo que le llega desde la sangre, como el estricto control de seguridad de un aeropuerto, ¿cómo llegan allí los microplásticos?
Se ha descrito que ciertas moléculas del entorno pueden adherirse fuertemente a las partículas plásticas, formando lo que se llama una corona. Los investigadores descubrieron que las partículas de un cierto tamaño con una corona de colesterol —un lípido esencial en las células— podían cruzar la barrera.
Los efectos de los microplásticos
Frente a todo esto, el efecto de los microplásticos en el organismo aún es un terreno casi inexplorado.
- Su acción puede ser tanto física, por las propias partículas, como química, a través de las sustancias que los plásticos llevan como aditivos —por ejemplo, disruptores endocrinos—, e incluso infecciosa, mediante microorganismos adheridos al plástico.
Entre los efectos podrían contarse el estrés oxidativo y la inflamación, factores relacionados con el cáncer, las enfermedades cardiovasculares y otras.
Se ha observado una correlación entre la presencia de microplásticos en las placas de las arterias y un mayor riesgo de infarto o ictus.
- Según el codirector del estudio austrohúngaro, Lukas Kenner, “en el cerebro, las partículas de plástico podrían aumentar el riesgo de inflamación, trastornos neurológicos o incluso enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el párkinson”.
- En los estudios con ratones mencionados arriba se han encontrado cambios neurocognitivos o déficits de aprendizaje y memoria, aunque no necesariamente esto es aplicable a humanos.
Y ¿cómo podemos reducir nuestra ingesta de microplásticos? Según el estudio canadiense, una medida que puede ayudar es beber agua del grifo en lugar de embotellada —lo cual además es ecológicamente preferible—:
- El agua en botella añade 90.000 microplásticos a la ingesta habitual, frente a solo 4.000 en el agua corriente.
Pero para los autores del estudio, hacen falta medidas más radicales:
- “Si seguimos el principio de precaución, la manera más eficaz de reducir el consumo humano de microplásticos probablemente será reducir la producción y el uso de plásticos”.
En cuanto a los biberones, los autores del estudio irlandés recomiendan no calentar la leche en el biberón, sino en un recipiente no plástico. /PUNTOporPUNTO
Documento Íntegro a Continuación:
https://drive.google.com/file/d/1SloAXCsz0IH1v63Y1Vur8ep09NH1cFMv/view?usp=drivesdk