Vandalismo por encargo

Por Eduardo Ibarra Aguirre

Las acciones vandálicas de grupos de provocadores que con singular torpeza se disfrazan de “anarquistas” podrían formar parte del paisaje de la Ciudad de México, si las autoridades persisten en no actuar con oportunidad y en forma preventiva más que reactiva.

La jefa de Gobierno anunció nuevos protocolos de seguridad para las manifestaciones, pero lo hizo después del niño ahogado en la marcha del jueves 26 de los padres de los 43, donde la reacción policiaca de contención se produjo cuando faltaban unas cuadras para que los provocadores llegaran a Palacio Nacional y aun así dañaron la puerta Mariana sin que nadie lo impidiera, sólo los filmaron, después de incendiar la librería Gandhi, práctica característica de los partidarios del nazismo liderado por el frustrado pintor austriaco-alemán.

Los jefes intelectuales de los vándalos a sueldo y/o por convicción, tan antiguos como el movimiento social y en casos recientes –como la marcha de las jóvenes “feministas furiosas” por la presunta violación sexual de una adolescente por cuatro policías de Azcapotzalco–, buscan afanosamente alterar el compromiso presidencial de respeto a las libertades de expresión y de manifestación, lo cual está muy bien. Pero es, a mi juicio, distinto a la justificación de las acciones de la Coordinadora Nacional de bloquear los accesos a la Cámara de Diputados y al Senado para impedir el trabajo parlamentario sobre las leyes secundarias en materia educativa, que finalmente se aprobaron.

Mientras los dirigentes de los manifestantes no se deslinden de las acciones vandálicas ajenas y propias, no habrá autoridad capaz de aislar a los que, como bien dijo el presidente Andrés Manuel en la mañanera del 27, nada tienen que ver con el movimiento de izquierda o progresista, sino con el conservadurismo. “Dicen algunos –y respeto, desde luego, ese punto de vista– que son anarquistas. No, el anarquismo es un movimiento muy profundo en ideales, productivo, propositivo; no es anarquismo lo de ayer”. Y remató: “Ricardo Flores Magón, que en un tiempo asumió el anarquismo, como muchos otros, fue un hombre con ideales y principios y casi se quedó ciego de tanto leer y de mantener sus principios con dignidad. ¡Qué van a ser anarquistas esos que quieren quemar una librería!” Por la tarde, en San Buenaventura, Coahuila, reiteró, los que protestaron el jueves de manera violenta “no son anarquistas, porque los verdaderos anarquistas eran muy responsables, tenían ideas, lucharon por la libertad y fueron precursores del movimiento revolucionario” de 1910-17.

Sin embargo, en la marcha capitalina y en otras por el Día de Acción Global por la Despenalización del Aborto, mismas que fueron una lamentable demostración de debilidad, después de la aprobación del aborto hasta las 12 semanas del embarazo por el Congreso de Oaxaca, las oradoras insistieron en coquetear con los vándalos: “Cómo me hubiese gustado que mi hija se hubiera llamado pared, porque la habrían protegido” (madre de María de Jesús Jaimes Zamudio, víctima de feminicidio). Otra oradora alardeó: “Si tenemos que quemar Palacio Nacional, lo vamos a quemar” (La Jornada, 29-IX-19)

Esos desplantes no se justifican ni con el crecimiento de la violencia intrafamiliar en 19.05%, en agosto de 2019 respecto al año anterior, el preocupante incremento de 35% en los feminicidios y la trata de personas en un alarmante 107.6%, según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

El dato sumamente alentador es que los homicidios dolosos bajaron “3.20% entre un año y otro”, lo que de ninguna manera constituye “una ligera baja”, pero este tema es para otra ocasión porque producir lo que podría ser un punto de inflexión en la tendencia es sumamente importante.

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