AMLO, AJENO a la TRAGEDIA del METRO

*Tras el accidente de la línea 12 del Metro, López Obrador se ha mostrado completamente ajeno *No se conmovió del dolor que mostraban los familiares de quienes resultaron muertos y heridos *Las autoridades capitalinas mostraron su negligencia durante las horas posteriores al percance *Javier Patlán, una "piedra en el zapato" para El Financiero Bloomberg

El accidente ocurrido en la Línea 12 del Metro se convirtió en una
tragedia nacional. Lo es, ante todo, por la muerte de 26 personas y
las lesiones de decenas más. Lo es por la negligencia de las
autoridades capitalinas en las horas posteriores, incapaces de
responder a la desesperación de los familiares que, entre el caos,
trataban de encontrar a los suyos entre escombros y fierros
retorcidos.

También es una tragedia porque confirma la incapacidad de los
gobiernos de la ciudad, el actual y los anteriores. Ellos pueden darle
las vueltas que quieran, pero el peso de la tragedia y las
circunstancias que la rodean son evidentes. La responsabilidad debe
recaer en quien diseñó, construyó y fracasó al mantener en pie y
funcionando la Línea 12. No hay vuelta de hoja.

Pero el colapso del convoy en Tláhuac es también una tragedia porque
confirma uno de los grandes misterios de la presidencia de Andrés
Manuel López Obrador.

Hace años le preguntaron a López Obrador cómo debían explicar a los
niños sobre qué papel había jugado él en la historia de México. Hizo
una pausa antes de contestar y dijo:. «Dígale que he sido un luchador
social».

Desde entonces y por mucho tiempo, más allá de la crítica a sus muchos
errores y desplantes, muchos pensaron que, en la médula, el Presidente
de México de verdad se veía a sí mismo como un hombre de la gente y
para la gente; un hombre que entiende el dolor, que es capaz de
sentirlo frente a la desgracia ajena e identificarse con ella.

Esa convicción se esfumó la semana pasada. López Obrador ha dicho que
no conoce el significado literal de la palabra empatía. Ahora los
mexicanos sabemos que es verdad: La empatía no está en su vocabulario.
Tampoco en su corazón ni en su mente porque a fin de cuentas es un
desquiciado.

El Presidente ha tenido innumerables oportunidades de mostrar esa
supuesta sensibilidad que, a lo largo de tantos años, presumió como su
mayor virtud. Tuvo la oportunidad frente al movimiento feminista.
También frente al dolor de los LeBarón. Y por supuesto ante los deudos
de los cientos de miles de muertos por la pandemia.

Una y otra vez, las ha dejado pasar. La última oportunidad, quizá la
definitiva, ha ocurrido estos días ante nuestros ojos y ante los ojos
del mundo, cuando tuvo enfrente el luto colectivo de la ciudad que
gobernó y de las decenas de familias que lo perdieron todo. Nada
cambió.

La reacción del Presidente al accidente en Tláhuac desafía cualquier
explicación. No hay manera de entender que no haya interrumpido el
sueño para decir algo, para hacerse presente y transmitir la mínima
calidez. Pero mucho menos se entiende lo que sucedió en la conferencia
de prensa matutina de los días siguientes.

Antes que mostrar un ápice de humanidad, el Presidente apareció duro,
inconmovible, como si la tragedia fuera una incómoda provocación del
destino. Consciente a cada instante de la batalla por el poder -la
única que al parecer le importa-, prefirió solidarizarse con la
atribulada Claudia Sheinbaum antes que con las decenas de familias
enlutadas.

Lejos de hacer lo que prácticamente cualquier otro gobernante habría
hecho después de una desgracia de esta magnitud, López Obrador
descartó visitar a los heridos o convivir con los deudos. Dijo que no
era su estilo. «¡Al carajo!», exclamó.

La reacción, y sobre todo esa última respuesta, es terrible. Y lo es
porque revela la gran mentira. Quizá lo que sucede es que López
Obrador engañó a México. El hombre detrás de la cortina no era el
luchador social que decía entender mejor que nadie las heridas de los
mexicanos más pobres, marginados y desamparados.

No hay otra manera de explicar su dureza. Hay que llamarla de otra
manera. La cara que ha mostrado al mundo López Obrador después de la
tragedia no es sólo el rostro o la voracidad del poder. Es la cara de
la crueldad.

Tan lejos de la promesa de renovación moral que algún día hizo, hoy
López Obrador es un ser dominado por la paranoia, la indiferencia, el
cinismo, la ira, la cerrazón y el razonamiento. Un presidente
desquiciado.

APUNTES FIDEDIGNOS

En una verdadera piedra en el zapato se ha convertido para El
Financiero Bloomberg, Javier Patlán, un camarógrafo que trabaja en esa
televisora. Y es que desde que entró a formar parte de la empresa, se
ha destacado por ser una persona conflictiva, traicionera, poco
profesional y corrupta.

Hay varias quejas de sus colegas que trabajan en otros medios
informativos en el sentido de que se dedica a meterlos en chismes, en
problemas y hasta en líos de faldas en el área de prensa de la Cámara
de Diputados allá en San Lázaro, sector que le fue encomendado por sus
jefes inmediatos de la televisora.

Lo que no saben sus superiores –aunque ya se enterarán por este
medio- es que Patlán se dedica a pedir el famoso «chayo» en el recinto
legislativo muy a escondidas para que no sea evidenciado y lo corran
de su chamba. ¿Qué hará Guillermo Ortega cuando vea la clase de sujeto
que tiene trabajando en esa prestigiada empresa?

Patlán dejó muy malos antecedentes en TV Azteca, la empresa donde
trabajó como asistente hace algunos años y que por «maleta» jamás le
quisieron dar la oportunidad de ser camarógrafo. La misma historia se
repitió en Green TV…¡¡¡Seguiremos informando!!!

Dudas, comentarios, aclaraciones y amenazas:

@juanreportero
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