TAPACHULA, encrucijada por MIGRANTES

La ciudad chiapaneca hoy es habitada por centroamericanos, cubanos y africanos en busca de nuevas oportunidades

imagen de internet

 

Una mujer mayor descansa en el parque central Miguel Hidalgo de Tapachula, una ciudad chiapaneca de viajeros sin nombre. Es una hondureña que cruzó la frontera sur de México para huir de la violencia que le arrebató a su esposo.

  • “Lo que quiero es que me ayuden porque ya no soporto esta vida. A mi esposo lo mataron porque querían que nosotros vendiéramos droga”, cuenta la hondureña después de vivir casi un mes con hambre y frío en el parque.
  • Cientos de migrantes están atrapados en Tapachula mientras esperan la respuesta a sus solicitudes de asilo u otros documentos para poder avanzar de forma legal por México
  • La mujer de 51 años narra con la voz quebrada cómo comenzó su huída. Dice que tenía una casa en una zona donde vivían narcotraficantes. Una tarde, los hombres que vendían droga le pidieron a su esposo que hiciera lo mismo, pero él se negó. Le dispararon tres veces y murió al instante.
  • La hondureña logró escapar y su hermana le dio dinero para resguardarse afuera del país. Lo que no sabía era que se iba a quedar encerrada en Tapachula, la ciudad chiapaneca que no permite salir a los migrantes.
  • “No velé ni enterré a mi esposo. Me vine huyendo, pero a veces aguanto mucha hambre. Quisiera que migración me ayudara a sacar más rápido mis papeles para moverme a trabajar a otro lado porque dejé botada a mi hija ya que no la podía traer porque no tengo dinero ni para comer”, comenta la hondureña.
  • La mujer mayor tiene que pagar muchas cosas para sobrevivir en Tapachula, pero nadie le quiere dar un empleo porque no tiene cartas de recomendación.
  • Una vez al día las monjas de la congregación Misioneras de Cristo Resucitado le dan una bolsita con arroz y frijoles negros. También le regalan agua y un bolillo para que pueda calmar el hambre.

La mujer destaca por su piel que se confunde con la noche, pero su situación es similar a la de más de cien migrantes centroamericanos que duermen al aire libre en el parque principal de Tapachula mientras esperan la respuesta a sus solicitudes de asilo u otros documentos para poder avanzar de forma legal por México.

  • La hondureña espera desde hace tres semanas su cita para la entrevista de Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) que le permitirá continuar con su solicitud de asilo. Su intención es conseguir el documento para trabajar en México, ayudar a su hija y su nieto para que salgan de Honduras e incluso intentar llegar hasta Estados Unidos, donde se encuentra la mayor parte de su familia.
  • La mujer hondureña no duerme sola en las calles de Tapachula. Las personas que en este momento habitan la urbe chiapaneca provienen de Honduras, El Salvador, Cuba, India, Haití, Ghana y otras naciones africanas
  • Viven en diferentes rincones de la ciudad sin compartir sus nombres porque su ausencia de documentos y su pasado no sólo los pone en peligro de ser detenidos por migración, sino también pueden ser identificados por aquellas personas que asesinaron a sus familiares en sus países de origen.
  • Algunos llevan meses en Tapachula a la espera de sus citas en Comar. Las personas locales ya no toleran a los migrantes. Los únicos que siguen ayudando al grupo de extranjeros son las monjas y los dueños de lugares que presentan espectáculos para adultos.

Huir por tus hijos

La historia de la mujer hondureña de 51 años encuentra su reflejo en otros migrantes que duermen en el parque, entre ellos una joven salvadoreña que cruzó el río Suchiate con sus tres hijos de forma ilegal.

La mujer rubia y robusta nunca había viajado a México, preguntó por indicaciones y terminó encerrada en Tapachula como otros centroamericanos sin documentos. Sabe que su situación la coloca como un individuo que se mueve en los márgenes de la ilegalidad y prefiere también ser una viajera sin nombre.

  • La joven se sienta en la orilla del foro techado donde duermen sus hijos para hablar del ausente. Dice que le mataron a un niño de 14 años e hizo la denuncia correspondiente, pero su búsqueda de justicia trajo consecuencias para toda la familia.
  • La policía le prometió que la iba a proteger y cuidar su identidad, pero comenta que en su país cambian constantemente de detectives, entonces algunos venden información y su identidad fue revelada.
  • Unos hombres llegaron a su casa, la encerraron con su familia y la amenazaron. Le dijeron que iban a matar su esposo, luego a cada uno de sus hijos y después a ella.
  • “Al que yo denuncié fue un jefe de una estructura muy grande de narcotraficantes, entonces mi caso fue muy dramático porque le dieron 20 años nomás por matar a un niño de 14 años”, dice la mujer en un tono de inconformidad por la sentencia.

Después de las amenazas decidió dejar el país, pero ahora vive con miedo en el parque de Tapachula porque sabe que puede dormir al lado de criminales que provienen de su país como quienes le arrebataron a su hijo.

  • “Me da miedo estar aquí porque sube mucha gente de El Salvador. Pueden subir personas buenas o malas. Si te duermes, te roban o se forman los desórdenes encima de ti”, cuenta la salvadoreña
  • Es por eso que quiere que ya le den una respuesta en Comar. Dice que metió su solicitud de asilo el 3 de mayo y su cita para continuar con el proceso para lograr un estatus como refugiada es el 11 de junio.
  • Desde el 30 de abril duerme en el parque con sus tres hijos porque no puede pagar la renta de un cuarto en Tapachula, pero no puede dejar la ciudad hasta que tenga documentos.
  • Asegura que las personas en Tapachula tratan bien a su familia. Lo único que le molesta es que a las 6 de la mañana el ayuntamiento pasa con una pipa de agua para lavar el parque y en algunas ocasiones moja a todos los migrantes que aún se encuentran durmiendo.
  • Sin importar el peligro, decenas de familias centroamericanas decidieron huir de sus países de origen para que su descendencia tenga la posibilidad de contar con un futuro, el cual, en este momento, por la situación que viven en sus tierras natales, no es posible
  • “Tenemos que empezar como locos a recoger todo y a enrollar. Nos movemos y después regresamos, empezamos a secar y nos podemos volver a acomodar. Ahora nos los hacen todos los días”, cuenta la mujer de El Salvador.

La mujer tampoco puede trabajar porque no tiene ningún tipo de documento que se lo permita y si quiere hacerlo sin su estatus regular los empleadores le ofrecen sueldos de 100 pesos al día. Sólo gasta 50 pesos en el desayuno de su familia y considera que las personas en Tapachula le venden todo más caro por ser migrante

  • “Yo sé que el parque es para las personas que viven y nacen aquí, pero nosotros por la necesidad lo estamos invadiendo. Si a nosotros nos ayudaran en Comar para que nos dieran una cita más pronto podríamos movilizarnos más rápido e irnos de aquí”, concluye la mujer salvadoreña.
  • Las historias de familias marcadas por la tragedia están en todos los rincones del parque. Orlando Bustillo Hernández, un hombre hondureño de 59 años, abraza en el lugar público a sus cuatro hijos menores de edad que están enfermos por dormir sobre cartones y un par de cobijas.
  • “Decidí venir por los problemas que suceden en nuestro país: la pobreza, la delincuencia, los maras y los que matan a sueldo. Tengo cuatro hijos y necesito un futuro para ellos. Me arriesgué a venir hasta acá con ellos porque tuve problemas con la mamá de los niños y me dejó por viejo”, comenta el hombre
  • Ya tiene dos citas en Comar para obtener documentos que permitan que sus hijos de entre tres y siete años y su hija de nueve años puedan estudiar, pero por el momento la falta de documentos los obliga a enfrentar hambre y frío.
  • El parque tiene mil facetas. En la noche es un dormitorio y un lugar donde muchos salen a divertirse, pero en la mañana tiene la capacidad de convertirse en una playa donde una mujer hondureña teje trenzas a chiapanecas y migrantes.

Elma Dolores Castro es una mujer que proviene de La Ceiba, una ciudad portuaria caribeña en el norte de Honduras. Desde que era niña hace trenzas cerca del mar para sobrevivir, sabe tejer cabello de diferentes formas y agregar extensiones para que cualquiera pueda tener la melena de una sirena.

Vive en una casa rentada en Tapachula desde hace dos meses con su hija y su esposo. Las trenzas la ayudan a pagar lo que otros centroamericanos no pueden, pero igual espera los resultados de un trámite que comenzó en Comar para obtener la residencia.

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