Regreso a la barbarie

La principal razón de existir del Estado es la seguridad de sus ciudadanos. Por ello, cuando éste deja que los mismos instrumenten mecanismos de autodefensa renuncia, indefectiblemente, a la esencia de su ser. En México nos estamos acostumbrando a que cada vez la ciudadanía defienda de manera personal sus propiedades y su vida misma. Y los representantes del Estado no se inmutan.

En el colmo, anuncian firmes descalificaciones y amenazas de acciones de control legal en contra de quienes se atreven a buscar justicia por su propia mano. Me refiero no solamente a los denominados “justicieros” o “vengadores anónimos” sino a los grupos de autodefensas organizados en distintas entidades del país y a las universidades y empresas que han constituido mecanismos privados de defensa. Es común observar en las calles las mantas de amenazas a los delincuentes y es frecuente el linchamiento de detenidos por las propias comunidades.

La consecuencia natural será una escalada de violencia en la que puede caer la sociedad mexicana donde impere la ley del más fuerte. La barbarie es la consecuencia de la incapacidad gubernamental para detener los elementos que la propician, particularmente para atacar los índices de delincuencia y de agresión social. No solamente los síntomas sino las bases estructurales de la enfermedad.

Sin pretender caer en el tremendismo, el abandono de los poderes públicos en la atención de la seguridad pública constituye el síntoma más inmediato de su incapacidad para asumir la responsabilidad que socialmente se le ha encomendado. Su incapacidad para gobernar. No se comparte entonces que el discurso público sólo sea para arremeter en contra de los liderazgos o de los “lobos solitarios” que pretenden hacer frente no al monstruo de la delincuencia sino simple y sencillamente a su instinto de sobrevivencia.

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