En San Quintín, las jornaleras mueren por falta de un hospital

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Cuando la líder jornalera Lucila Hernández estuvo en días recientes en la Ciudad de México, para exponer ante las y los legisladores federales las condiciones de explotación que viven en San Quintín, Baja California, lo primero que pidió fue que se construyera un hospital de especialidades.

“Es que eso urge”, dijo Lucila cuando relató a Cimacnoticias el caso de tres personas (dos mujeres y un recién nacido) que murieron durante los últimos dos años en el trayecto del rancho “Los Pinos” –su comunidad– al centro de la ciudad de Ensenada, a cuatro horas de distancia en autobús.

Las dos mujeres fallecidas necesitaban ser atendidas por un especialista para urgencias médicas o complicaciones durante el embarazo, pero a falta de servicios adecuados tuvieron que trasladarse en ambulancia (sólo las derechohabientes), coche particular o hasta en autobús, para recorrer los 170 kilómetros de distancia que las separa de la cabecera municipal de Ensenada.

Y es que en este Valle, con una población que supera las 80 mil personas y con 43 mil hectáreas de superficie agrícola, sólo hay dos pequeñas clínicas del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una del Seguro Popular (SP), y un hospital que no atiende especialidades.

La misma Lucila, indígena mixteca que exigió a funcionarios federales que apoyen su lucha para abolir la explotación en el campo, enfrentó un calvario durante más de un año para atender un padecimiento de miomas en los ovarios.

Lucila, que reside en el Valle desde hace 30 años, relató que esa enfermedad “la arrancó” del campo, a donde no ha de volver aunque sane, aseguró.

Un asiento de escritorio le serviría como silla de ruedas durante un año mientras se reponía de la fuerte infección en los intestinos que le originó el mal tratamiento y la insensibilidad y negligencia –acusó– de un médico del SP que aún sigue en funciones.

A decir de su nuevo médico (un especialista particular que la atiende gratuitamente gracias a la intervención de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas), si la mujer no hubiera llegado a Ensenada a pedir ayuda especializada ahora tendría cáncer.

Por el costo de los traslados y los medicamentos, la enfermedad de Lucila consumió los ahorros de su familia y las pequeñas ganancias de una tienda de abarrotes que levantó con un préstamo, pero que ya cerró. Ahora ella duerme en el suelo en un petate.

La mujer, originaria de Oaxaca, está acostumbrada a ser líder, a gestionar mejoras comunitarias y a no obedecer a nadie, por eso nunca ascendió a “mayordoma” en los campos agrícolas ni conservó por varios años un mismo empleo.

La ahora presidenta de su comunidad lucha porque dos de sus vecinas, ambas jornaleras, reciban la atención y los recursos económicos que necesitan para atender los padecimientos relacionados con la salud reproductiva, comunes entre las mujeres mayores de 40 años de edad que habitan en el Valle.

 
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