El presidente y los gobernadores

Difícilmente será bien registrado y menos todavía valorado en forma adecuada el pronunciamiento del presidente Andrés Manuel, hecho durante la visita a la capital chihuahuense, en la plaza Del Ángel, sobre el derecho irrestricto de Javier Corral, el gobernador panista que con frecuencia es percibido como rebasado por la compleja realidad, en particular en seguridad pública.

Como es costumbre en ese tipo de actos presidenciales, los gobernadores reciben expresiones de inconformidad hasta el punto de no permitir que se les escuche y López Obrador intercede hasta exigir a los asistentes que oigan a su gobernador, en este caso a Corral, pues “está en su derecho a disentir y se le va a respetar siempre. A Chihuahua nunca le van a faltar los recursos que por ley le corresponden y no habrá ninguna represalia, nada de que el gobernador está cuestionando al presidente y que por eso va Chihuahua a desatenderse. No, eso no lo vamos a hacer nunca, jamás. Luchamos mucho tiempo como opositores y nos hacían muchas cochinadas… no somos iguales, no somos lo mismo”.

López Obrador llegó al extremo de asegurar ante los 10 mil asistentes a los que no se dirigió Corral Jurado para evitar expresiones de rechazo, que “merecen más respeto los opositores que los abyectos”. Y aquí es para recordarse la zalamería con que Enrique Peña recibía al presidente (“ilegítimo” o “espurio”) Felipe Calderón en el estado de México, durante 2006-2011.

Con presidentes autodenominados democráticos existieron los castigos presupuestales que dañaron a los estados porque el gobernador cayó de la gracia del señor presidente. Inolvidable lo que Vicente Fox hizo al Distrito Federal bajo el gobierno de AMLO, no sólo en términos presupuestales sino que lo desaforó con el respaldo unánime del PRIAN. Carlos Salinas, el homúnculo criminoide (Porfirio Muñoz Ledo, dixit), obligó a renunciar a 17 gobernadores.

Así que nada tiene de anecdótica la conducta de López Obrador, máxime cuando parte de los asistentes expresaron a gritos su desacuerdo con el presidente, quien remató: “Nada de odios, nada de rencores, tenemos que unirnos todos para sacar adelante a nuestro querido México”.

Ah, pero buena parte de los comentaristas desde el duopolio de la televisión y el oligopolio de la radio registran y valoran con tonos beligerantes los juicios (“descalificaciones”, les llaman con poses de alarmados) del presidente a sus críticos y adversarios, como si AMLO careciera de los derechos de cualquier ciudadano y estuviera obligado a respetar la acostumbrada simulación y por debajo de la mesa procediera contra ellos y/o negociara para neutralizarlos o cooptarlos.

Tres meses y tres días después de practicar su estilo personal de gobernar (“No me voy a dejar”) en las mañaneras y en los recorridos, es tiempo que la comentocracia no parasite en el “me preocupa” (México es rico en “preocupados”) y asuma la realidad para interpretarla y aun transformarla.

Un dato muy relevante de cualesquiera análisis es que no ignore encuestas recientes que colocan el apoyo ciudadano al presidente rozando el 90% de aprobación Y las propuestas más populares son el fin de la pensión millonaria y los ayudantes a los expresidentes; omitir el seguro de gastos médicos mayores a los funcionarios; bajar los sueldos excesivos a la élite del funcionariado; la desaparición del Estado Mayor Presidencial; la reducción del IVA e ISR en la frontera norte; viajar en aviones comerciales; abrir Los Pinos al público y combatir el “huachicol”.

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