La unidad: ¿Para qué?

El presente artículo lleva el mismo título del que publicó Roger Bartra en el diario Reforma el martes 26 de julio. Este sociólogo sostiene que la unidad de la izquierda es un mito y una obsesión. Concluye en que “más sano sería que se mantuviese dividida”.

Para Roger Bartra las tendencias de izquierda son dos: reformista y populista, cuya unidad, dice, “bloquearía la posibilidad” de que una y otra “alcanzasen un perfil propio acorde con sus bases sociales”.

Si se quiere analizar a la izquierda mexicana tendría que admitirse que hoy toda ella esreformista, tanto porque la izquierda en el mundo se encuentra lesionada en sus aspiraciones más transformadoras cuanto porque ese mismo mundo está ayuno de revoluciones. Asimismo, toda ella es también populista en alguna forma porque al menos en América Latina lo más urgente es redistribuir el ingreso. La diferencia entre supuestos “reformistas” y “populistas” tendría que buscarse en otro lado, especialmente en lo de siempre: el oportunismo.

Aceptar cualquier clase de momentánea ventaja política en cada oportunidad (muchas veces sólo de carácter personal) a cambio de renunciar al de por sí precario programa democrático y social es algo tan viejo como la izquierda misma a partir de 1789, es lo que más se ha registrado en la historia de esta tendencia. Pero ya se ha visto que si la circunstancia no es propicia para defender intereses socialmente propios, entonces no sirve para nada útil, es un mal momento. En este terreno se ha entablado otra vez en México una disputa silenciosa pero aderezada con algo más fuerte y no tan mudo: la pérdida de independencia del PRD. Al carecer de decisión propia un partido se degrada a la categoría de grupo de presión, deja de ser partido y, de tal forma, renuncia a cualquier plan de poder. El PRD sigue cursando con prisa ese lacerante proceso.

El debate se encuentra como casi siempre en un plano pragmático. La unidad de la izquierda no sería ahora lo que fue durante 25 años en México, es decir, una realidad orgánica, extraordinaria y asombrosa, la cual era cualquier cosa menos un mito o una obsesión. Hoy, la unidad de acción entre las izquierdas serviría para elaborar un plan de poder.

Veamos lo que ha ocurrido. La alianza electoral con el PAN no pudo ser en el año 2000. En aquella coyuntura Fox rehusó el pacto democrático pero logró la Presidencia con el solo apoyo de su partido. Luego, ese gobierno fracasó en su principal materia, la lucha contra la corrupción, pues se corrompió. Seis años después, la izquierda (unida aunque moleste) se ubicó oficialmente a 0.56% de la Presidencia, es decir, la mitad de este porcentaje más un voto, a pesar del apoyo de una parte del PRI al candidato panista: era mejor el PAN y Calderón que el PRD y López Obrador. Esta es historia pero es presente.

Desde hace ya algún tiempo se ha visto que los gobiernos aliancistas derecha-izquierda colocan con frecuencia al PRD fuera de la realidad política, es decir, este partido deja de ser oposición pero tampoco se ubica en el gobierno. Desde hace menos tiempo se ha visto que cuando al PRD le corresponde designar al candidato aliancista a gobernador, entonces se divide en dos candidaturas, que se convierten en tres por el concurso de Morena,  y al final la alianza pierde frente al PRI. El común denominador de todo esto es que el PRD siempre se divide en alguna medida cuando acude a sus citas con Acción Nacional. De seguir por ese camino no quedará nadie para apagar la luz.

Está visto que las alianzas con el PAN suelen traducirse en fracasos del PRI, pero el papel de la izquierda no es escoger a su derecha sino sustituir a ambas en el gobierno aunque para ello, en ciertas circunstancias, se haga necesario acercarse a una de ellas, la que no sea PRI por razones históricas. Sin embargo, el debate se encuentra en la táctica para alcanzar aquel objetivo sin hacer el juego a ninguno de los dos partidos derechistas, los cuales están aliados casi en todo pero nunca en las elecciones.

La izquierda no iba mal hasta que el PRD se escindió. De uno se hicieron dos pero, además, sus respectivos dirigentes empezaron el infructuoso camino de los denuestos con el entusiasta aplauso de dirigentes panistas y priistas.

Lo que le falta a Morena es una actitud unitaria hacia la otra izquierda, un abandono de su pretensión exclusivista y, también, algo más  de programa democrático y social así como la reivindicación de libertades. Lo que le falta al PRD es una nueva dirección que reconquiste su propia independencia, renuncie al oportunismo y levante la bandera de la lucha a favor del Estado democrático y social de derecho, base fundamental de la unidad de la izquierda bajo cualquier modalidad.

No se trata de “cultura progresista” ni de “ideas frescas”, como señala Bartra, quien no se toma el menor tiempo en definir sus muy propios e inesperados paradigmas, sino de algo pragmático: cómo llegar al gobierno con el programa de la izquierda, el cual no ha de verse viejo por no ser “fresco” sino que es actual por no haber sido superado. Dígase lo que se diga, eso es más difícil con una izquierda dispersa, con “frescura” o sin ella. Quienes renuncian a la unidad de acción de las izquierdas carecen de un plan de poder, no están en la lucha por gobernar sino en el mercado de la política. Esta diferencia no es una sutileza. Para dirimirla positivamente se requiere a corto plazo la alianza electoral de los partidos de izquierda.

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