NATURALEZA se enfada más en el POBLADO TLAPANECA

Los bisabuelos indios decían que el río se salía de su cauce cada 48 años. Habrían hecho sus cuentas, pero los nietos ya no están de acuerdo con ellas: ahora les toca llorar más a menudo. En 2013 la furia de los huracanes Ingrid y Manuel recorrió el Estado mexicano de Guerrero, causó 105 muertos y afectó a 13.000 viviendas; escuelas, centros de salud… todo se lo llevaron el viento y el agua. Lo que suele llamarse desastre no es más que un fenómeno natural. El desastre vino después y persiste todavía.

Entre el 11 y el 18 de septiembre de aquel año, el cerro a un lado de Zontecomapa sucumbió al temporal y toneladas de piedra, tierra y cultivos de maíz cayeron sobre el río empujando sus aguas hacia el poblado donde dormían los tlapanecas. Ese tsunami fluvial en un cauce que bajaba crecido obligó a los indígenas a refugiarse montaña arriba. Nunca volvieron a sus viviendas. “La gente trepó. Muchos días hubo hambre y sed, no podíamos comunicarnos, solo llorar. Todo era lodo y lodo. Todo era oscuro. Unos pocos caminamos para buscar apoyo. Llegamos llorando a comunicar”. Antonio Rodríguez Jiménez tiene 58 años y era el comisario de su comunidad aquellos días. Su nombre y sus apellidos son imposiciones de hace siglos: él es indio tlapaneca y su idioma es el me’phaa. Solo en esa lengua saben los tlapanecas decir cómo se llama el río que devoró su pueblo.

  • La comunidad todavía recuerda el helicóptero en el que aterrizó el gobernador del Estado, antes de hacer unas promesas y largarse por dónde había venido: por el aire. Para calibrar la incomunicación en la que vive esta comunidad hay que recorrer más de dos horas en automóvil desde Tlapa, la capital de La Montaña, donde se reúnen el comercio, algunos servicios y mucha violencia asociada al narcotráfico, es decir, a la pobreza. El vehículo sube de curva en curva por la carretera, después desciende dando tumbos entre cárcavas y charcos por las pistas de tierra, moviéndose de lado a lado como una antigua diligencia. El nuevo emplazamiento de Zontecomapa ya mira al río desde arriba, pero sus casas, sus escuelas, las tiendas y el Ayuntamiento están colgados de un barranco. Ay de la próxima vez que la naturaleza dé un rugido.
  • La comunidad tiene 1.480 habitantes y muchos de ellos se han reunido para recibir a los forasteros. Les obsequian con pozole, un desayuno de maíz y cerdo picante recién salido del caldero a la lumbre y rematan la hospitalaria ceremonia con collares de camelias silvestres. Pero los indígenas quieren que este reportaje vaya al grano: “No tenemos agua corriente, la nueva escuela de secundaria es un puro cascarón, sin luz, los baños se atoran. Queremos un puente porque no podemos cruzar cuando llueve; no tenemos Internet, ni computadoras y algunas de las aulas ya se han cuarteado de nuevo; no enchufamos los ventiladores por miedo a que se desprendan, de las luces saltan chispas…”. El comisario (alcalde), las maestras, el personal sanitario, cada uno se acerca a dejar su súplica para las autoridades, que hasta ahora, seis años después, han prestado oídos sordos, dicen. Y aún faltan lamentos. Susana Parra Olea, una de las maestras, con 30 años de servicio en la comunidad, se acerca para presentar a tres mujeres que no superan la timidez. La maestra hace la traducción al español. Vienen a decir que ellas, y no son las únicas, aún no tienen la casa prometida. Han construido algo provisional para vivir. Rosa Rubio Castro, 36 años, seis de familia; Hermelinda Aurelia María, cinco comparten la vivienda, y Natalia Ramírez Aurelio, siete malviviendo como pueden. Son el ejemplo de un desastre que solo empezó con la riada.

El cambio climático ha obligado a millones de personas en todo el mundo a desplazamientos forzosos y estas son las consecuencias. Los huracanes Ingrid y Manuel solo pusieron el agua y el viento, la tormenta perfecta ya estaba situada en La Montaña de Guerrero: vulnerabilidad física, ambiental, técnica, económica y étnica. Esas son las condiciones que describen los expertos para que el fenómeno natural se convierta en desastre.

“La vulnerabilidad de las poblaciones no la determina el huracán sino las condiciones previas, por eso la gran exposición de México a estas crisis ambientales son sus condiciones de partida”, explica el biólogo Fernando Aragón Durand, que ha participado en dos informes del IPCC. Se refiere, desde luego, a la pobreza, la marginación y el abandono en que el Estado tiene sumidas a estas poblaciones. “El cambio climático se aborda en México desde el punto de vista de la mitigación, es decir, del combate a las emisiones de efecto invernadero, pero debería centrarse en eliminar la vulnerabilidad. Si el nuevo Gobierno ha elegido el discurso de reducir la pobreza tendría que vincularlo con la política climática”, sostiene este experto en planeación y desarrollo sostenible./EL PAÍS-PUNTOporPUNTO

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