Demócratas insatisfechos

Diversos teóricos han abordado la crisis de la democracia como uno de los fenómenos sociales de la modernidad. La falta de credibilidad y confianza en las instituciones son dos de los síntomas característicos de ello. Aunado a lo anterior, un fenómeno que se está generalizando en México es el de los “demócratas insatisfechos” de los que habla Hans-Dieter Klingemann. Ciudadanos que demandan más y más democracia, particularmente haciendo a un lado las formas tradicionales de representación e interlocución política. Un aliado sólido en este tipo de comportamientos lo representan las nuevas tecnologías.

En un círculo vicioso, en su afán por satisfacer a dicha ciudadanía, el Estado genera nuevas instituciones y mayores expectativas de bienestar en la sociedad. Una de las estrategias del poder legislativo es la generación de nuevas leyes, con la consecuencia lógica de la ampliación del espectro de derechos pero también de mayores obligaciones económicas para el Estado. Lo que conlleva a una exigencia más elevada de recaudación fiscal y ello al descontento social.

De no construir las condiciones adecuadas, las exigencias de más y más democracia pueden generar situaciones de inestabilidad en el ámbito político y de ineficiencia en el administrativo. Dichas pretensiones traen una sobrecarga en el Estado que puede acarrear el colapso como consecuencia natural. El problema no es la exigencia de mayor democracia y mejores niveles de bienestar, ello es algo lógico que a todo gobernante debe ocupar y todo ciudadano exigir. El problema es que los responsables de las políticas públicas no establecen las estrategias adecuadas para hacer frente a dicha realidad. Erróneamente les preocupa más satisfacer intereses individuales o de grupo, que construir en beneficio de la comunidad. Tal situación propicia un desencanto por la democracia y gradualmente la descomposición del régimen social.

 

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